Una conversación con Graziella Moreno

La autora nos habla de Los animales de ciudad no lloran, una trepidante trama legal.

¿Cómo nació esta historia?

Los animales de ciudad no lloran es un thriller legal ambientado en Barcelona. Su Ciudad de la Justicia, en la que se sitúa la mayoría de los juzgados de la capital, ha inspirado la portada porque es el marco en el que se desarrolla la trama, junto con los despachos legales y los abogados, verdaderos protagonistas de la novela.

Mi intención es reflexionar sobre los valores de la justicia y de la verdad, desde el punto de vista de los abogados y las estrategias que usan para defender a su cliente en el ámbito penal. Tal y como dice uno de los personajes de la novela, la idea de la justicia es hermosa, pero la realidad es otra. La defensa del cliente está por encima de todo, por encima la verdad, un valor que solo interesa a la sociedad, no al abogado: su objetivo es convencer al juez de que su cliente es inocente sin importarle si lo es o no.

¿En qué se diferencia esta de sus anteriores novelas?

Intento que todas mis novelas sean distintas. Algunas son novelas negras que podríamos clasificar de procedimentales, ya que reflejan la realidad de los juzgados españoles y el trabajo policial en investigaciones penales. En otras he querido analizar la culpa, el peso del pasado, esa mochila que todos llevamos y que nos hace ser como somos. En Los animales de ciudad no lloran quería poner el foco en un caso en el que la denuncia de una chica a su amante moviliza a los abogados de uno y otro lado para defender a sus clientes. A la par, creo personajes que tienen sus propias vidas. Hablo sobre el amor, la venganza y la ambición; en definitiva, del ser humano.

¿Cuánto hay de real en la trama?

Es absolutamente real. De hecho, está inspirada en muchos de los casos que he tenido que juzgar. Desde fuera parece sencillo saber quién dice la verdad y quién esta mintiendo, quién es realmente una víctima y quién se aprovecha del sistema, pero no es así. Todos opinamos a partir de las informaciones que nos llegan. En muchas ocasiones no contamos con pruebas o con testigos directos del hecho, así que nos enfrentamos a versiones contradictorias, y eso es lo difícil: saber hacia qué lado debe inclinarse la balanza aplicando la ley, que es la que debemos interpretar y adaptar al caso concreto.

Entonces, ¿su experiencia como juez ha sido importante para esta novela?

Por supuesto. Llevo tres décadas trabajando en juzgados, tratando directamente con personas, lo que implica ser testigo de primera mano de las conductas humanas. De hecho, al escribir ficción muchos lectores piensan que son tramas inventadas, que esas cosas no pasan realmente, pero siempre digo que invento poco; escribo sobre lo que veo todos los días.

¿Cómo compagina la escritura con su profesión en los juzgados?

Mi profesión es muy exigente ya que la saturación de trabajo hace que debas seguir con tu labor en casa, incluso los fines de semana. Intento aprovechar todo mi tiempo libre para escribir o, si no es posible, tomar notas, revisar tramas, pensar en el texto que tengo entre manos.

¿Qué le inspira a la hora de escribir? ¿Qué o quiénes son sus referentes?

Los seres humanos somos fascinantes. Capaces de lo mejor y de lo peor. Nadie es enteramente bueno o malo, a excepción de casos muy concretos. Me interesa mucho saber por qué nos comportamos como lo hacemos y, particularmente, el por qué de nuestras acciones. Siempre hay una causa, un motor, que lleva a la comisión de un delito o a generar un conflicto. En ocasiones, esta causa nos parece inexplicable porque tenemos que escarbar mucho en la psique de la persona, remontarnos atrás en el tiempo. A más de uno le sorprendería saber las razones que mueven a las personas a comportarse como lo hacen. El concepto de «normalidad» es muy relativo.

Las acusaciones de denuncias falsas es un tema a la orden del día. ¿Ha sido difícil de tratar?

Como comentaba antes, la justicia toma las decisiones aplicando la ley al caso concreto y en cuanto a la justicia penal, es imprescindible disponer de pruebas que acrediten la versión de cada uno. Hemos de ceñirnos siempre a esas pruebas y, por ello, algunas decisiones judiciales parecen injustas vistas desde fuera, no siempre se consigue saber la verdad de lo que pasó. En ocasiones puede ser muy frustrante. En mis novelas no juzgo nunca, dejo que el lector saque sus propias conclusiones.

Los grandes bufetes de abogados como el de Los animales de ciudad no lloran nos recuerdan más bien a los estadounidenses, a los que estamos muy acostumbrados gracias a la ficción. ¿Por qué cree que no se habla tanto de los españoles?

Creo que la ficción nos ha llevado a pensar que esa realidad no corresponde a nuestro país, pero no es así. En capitales como Madrid y Barcelona existen grandes despachos que funcionan como el que se describe en la novela, que, de hecho, está inspirado en uno de los más importantes de Barcelona. Es un sistema de trabajo que parece que no se adapta a nosotros, funcionan como grandes empresas y, por tanto, la exigencia es máxima.

La novela cuenta con un gran número de personajes. ¿Hay alguno que considere protagonista?

La trama gira alrededor de la denuncia de Nadia Linde contra su amante. Nadia es un personaje ambiguo, del que todos dudan. Es el centro de todas las miradas. ¿Quién es ella realmente? ¿Es una víctima o todo lo contrario? Olivia y Víctor, los abogados que se enfrentan en este caso, tienen también un peso importante, no solo por la forma en la que cada uno entiende y ejerce su profesión, sino también por ser amigos íntimos que vuelven a encontrarse, con las consecuencias que ello tendrá en sus vidas.

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