Una conversación con Bernardine Evaristo

La autora de Raíces rubias y Niña, mujer, otras nos habla sobre la recepción de sus novelas, del esclavismo y de sus intenciones al escribir.

¿Qué le impulsó a escribir una novela sobre la esclavitud en Gran Bretaña?

Quise escribir sobre el comercio transatlántico de esclavos examinando la participación británica en él. En su momento, Gran Bretaña fue el mayor traficante de esclavos del mundo y la economía británica, especialmente las ciudades portuarias ligadas a Londres, como Liverpool y Bristol, fundaron su gran desarrollo urbano sobre los beneficios obtenidos de este comercio esclavista. No obstante, no es esta una historia que se haya aceptado del todo en Gran Bretaña. Los medios de comunicación no han explorado este tema de la misma forma en que ha sido tratado, por ejemplo, en Estados Unidos. Allí se han publicado multitud de libros históricos, literatura de ficción y no ficción, poesía, gran cantidad de películas, programas de radio, documentales de televisión y obras de teatro. En cambio, la implicación británica en la historia de la esclavitud no ha suscitado el mismo interés. Así que quise escribir sobre la materia porque me pareció importante, pero desde una perspectiva diferente. Como escritora me considero una voz marginal que ha surgido de la experimentación y me gusta presentar enfoques distintos. Quise hallar una manera de escribir sobre la esclavitud de tal forma que los lectores pudiesen volver a observar este momento histórico desde una perspectiva nueva. Fue entonces cuando se me ocurrió la idea de darle la vuelta a la historia creando este mundo invertido en el que los africanos esclavizan a los europeos. Uno de mis objetivos como escritora es precisamente rescatar aquellas historias silenciadas que no forman parte de la narrativa y cultura mainstream de Gran Bretaña, pero que son importantes y cruciales.

Buana, el principal personaje masculino de Raíces rubias, parece una excusa perfecta para desvelar los entresijos despiadados del comercio de esclavos.

Realmente fue así. Pero, al mismo tiempo, no puedo dejar de pensar que en nuestro mundo actual también existe la esclavitud: los esclavos asalariados. La ropa que compramos cada día se elabora en fábricas en las que trabajan niños de dos o tres años en terribles condiciones. Aunque me haya documentado para la novela sobre el comercio de esclavos, y haya leído y hable de vez en cuando sobre este aspecto más contemporáneo de la esclavitud, no hago nada en contra de ello.

El comercio transatlántico de esclavos fue probablemente el peor de su clase, pero si hoy nos pusiéramos en aquella situación, ¿qué haríamos cada uno de nosotros? Algunos estaríamos implicados directamente en la trata esclavista o trabajaríamos en las plantaciones, mientras que otros, por razones económicas, serían los propietarios, y los demás, a sabiendas, recogerían los beneficios optando por no hacer nada en contra. En el comercio esclavista siempre existieron y siguen existiendo diferentes grados de implicación.

En la novela, Doris, la protagonista blanca, dice de su propietario negro que «lucha contra el abolicionismo a tiempo completo y hace públicas de buena gana —sin cobrar por ello— sus diatribas proesclavistas en La Llama». ¿Cómo acogieron sus lectores negros de que se les describiese como esclavistas racistas?

La cuestión es que solo llegas a conocer una reacción limitada a tu trabajo. Un hombre, que, de hecho, ni había leído el libro, asistió a uno de mis eventos y me acusó de dar a los blancos nuestra historia de sufrimiento y le contesté que no era eso lo que estaba haciendo. Utilizo la inversión como un recurso para revelar lo que realmente pasó. El hombre salió enfurecido porque no quería escuchar mis argumentos. Pero, aparte de este incidente, no he tenido otras reacciones negativas a mi libro. Pensé que algunos me dirían que este es un tema muy sensible, muy cercano a nuestros corazones y ¿cómo te atreves a transformarlo en una comedia? Pero me sirvo de la sátira como recurso literario, y la razón de ser de la sátira es visibilizar injusticias a través del humor. No se limita a ser graciosa por el mero hecho de serlo, sino que se trata de un humor que pretende desvelar y criticar aquello que crees que está mal. No me llegan los comentarios negativos que quizás haya, así que asumo que el público negro lo ha aceptado. Aunque no tenga un lector ideal para mis libros, porque esto me limitaría como escritora, sé que algunos aspectos del humor en Raíces rubias son muy relevantes para el público negro y, concretamente, para las mujeres negras, que captan matices que a veces se le escaparían a un lector blanco.

El lenguaje de Raíces rubias mezcla imágenes provocadoras que invitan a la reflexión y pasajes líricos con coloquialismos actuales. ¿Cómo reaccionó el público joven ante la novela? ¿Pudo constatar diferencias generacionales en la respuesta de sus lectores?

La novela ganó en el 2009 el Orange Prize Youth Panel Award, elegido por lectores jóvenes. Raíces rubias fue seleccionada entre todos los libros que se presentaron aquel año, lo que parece sugerir que sintoniza con un público joven. Me gustaría pensar que mi escritura es fresca, irreverente y muy inmediata, y me imagino que por eso los jóvenes se sienten más identificados.

Los comentarios de Doris sobre sus esclavistas ambossanos, así como sobre su propia situación, rebosan de un humor agudo, observador y transgresor. ¿Cree que el humor, y concretamente la sátira, se puede considerar como una contestación al racismo?

Sí, creo que son una respuesta muy válida. De hecho, creo que el humor es un acto de protesta contra casi todo lo establecido. Es un instrumento muy poderoso que puede desenmascarar ciertos actos de poder. Esto no significa que mediante el humor se trivialicen, sino que se debe considerar como algo que libera, que sana… Aunque se tarde décadas, uno debería ser capaz de reírse de todo, incluso de los hechos más horrendos que le hayan pasado.

De alguna manera, esto está plasmado en sus personajes. Doris, al mismo tiempo que sufre como esclava, es un personaje muy fuerte que resiste valientemente al sistema.

En ningún caso quise crear una víctima, algo de lo que me temo soy culpable en todos mis libros. No importa a qué situación se enfrenten mis personajes, siempre muestran fortaleza ante la adversidad. He mencionado que con Raíces rubias no quise escribir una historia convencional. No me interesan las víctimas que Doris, por ser esclava, podría representar. Pero al sobreponerse a este estatus, su personaje cobra interés.

En su novela invierte muchos estereotipos cuestionando su sentido y vigencia. Es interesante porque no solo reflexiona sobre temas de actualidad, sino también sobre problemas que siguen aún muy vigentes en nuestra sociedad.

Sí, siguen muy presentes y por eso aparecen en la novela. Pienso que en una sociedad en la que minorías raciales —y soy consciente de que «raza» es un concepto muy cuestionado hoy en día— aún no están completamente integradas, la gente expresa prejuicios contra estas minorías forjados en el pasado. Para mí esto es una realidad y hemos de convivir con estos lastres. Por ejemplo, yo estoy integrada porque soy de raza mixta; sin embargo, muchas personas negras no viven la misma situación. También es muy racista querer encasillar a la gente. En cambio, otros estereotipos pueden estar basados en hechos reales. En Gran Bretaña existe toda una cultura de pandillas, jóvenes que se atacan y se matan con cuchillos, con lo que muchos adolescentes negros se meten en problemas. Si formas parte de una comunidad blanca del mundo rural no hace falta haber leído más de dos o tres veces sobre ello para llegar a pensar que todos los jóvenes negros forman parte de esta cultura, lo que por supuesto no es cierto.

Otra idea preconcebida recurrente es que las familias negras no apoyan lo suficiente a sus hijos. Se trata de una generalización, pero hay muchas mujeres negras solteras que educan solas a sus hijos. Y, por último, otro estereotipo es que los negros son feos. Este prejuicio ya no está ya tan vigente. Actualmente se consideran atractivas las personas de raza mixta, pero durante años esto no se correspondía con el ideal que perseguían las personas negras. Todo ello perpetúa mitos heredados del pasado sobre la belleza o sobre hombres negros propensos al crimen, parados, vagos, violentos y peligrosos.

¿Diría que la creación de mundos alternativos en la literatura puede considerarse una declaración política?

Efectivamente, se puede considerar político porque no escribo sobre una pareja de mediana edad que pasa por un divorcio y la crisis que ello implica. Escribo sobre temas desafiantes, provocadores, quizás incluso confrontacionales, y que tienen que ver con el racismo, la esclavitud y nuestros prejuicios e ideas preconcebidas. Pienso que esto es un acto muy político, y es así como me interesa utilizar la imaginación en la literatura. Todos mis libros son, en cierto modo, una provocación, independientemente de si la gente se percata de ello o no. Como seres humanos no hemos progresado tanto en los últimos dos mil años. Aunque nuestra vida material ha cambiado mucho desde entonces, nuestro mundo emocional ha permanecido igual. El objetivo de Raíces rubias fue precisamente la recreación lúdica del pasado que, en sí mismo, implica una motivación política.

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