Una conversación con Uwe Timm

El autor, antes de recibir el Premio Lessing, habla sobre la Ilustración, el inconformismo y sus novelas.

Este fin de semana recibirá el Premio Lessing. ¿Hasta qué punto se siente deudor de la Ilustración en sus propios textos?

Me considero parte de la tradición de la Ilustración, sin ninguna duda. Empecé a leer a Lessing pronto, cuando todavía vivía en Hamburgo y ni siquiera había repetido el examen de acceso a la universidad. Por aquel entonces, también asistí a una impresionante representación de Minna von Barnhelm en la Schauspielhaus, fue en 1961, tengo un recuerdo muy nítido. Y en el instituto nocturno, en un edificio antiguo en la Holstenwall, tuve un profesor de lengua buenísimo que trabajó la obra con nosotros, un texto esencial de la Ilustración que siempre se ha infravalorado. También me fascinaban los textos críticos, Lessing podía ser muy agudo. ¡Y la correspondencia con el pobre pastor luterano Johann Melchior Goeze, cuando Lessing ya estaba en Wolfenbüttel! Sí, desde luego me considero enmarcado en la tradición de la Ilustración; una tradición que continúa, porque está claro que nunca terminó.

¿Se refiere al presente inmediato?

Sí, no hay más que ver todo lo que está pasando ahí fuera. Los Querdenker (movimiento crítico con las medidas gubernamentales contra la pandemia), las locuras que afirman, las disparatadas teorías de la conspiración… Es claramente contrario a la Ilustración.

Lessing luchó por la Ilustración, pero también por la tolerancia. Y este término también ha vuelto a cobrar protagonismo en los últimos tiempos, en tanto en cuanto se pide tolerancia hacia el que piensa distinto, pero junto con la advertencia de que la tolerancia termina en el momento en admite fuerzas intolerantes que hacen que se limite o se anule a sí misma. ¿Qué opinión tiene al respecto?

Podemos entender muchas cosas y hablar de ellas. Pero cuando se niega de tal manera la realidad, la conversación termina. Se vuelve un sinsentido. Algunos de los cuentos de QAnon son medievales, como por ejemplo el de que al parecer se está secuestrando a niños de las calles para extraerles sangre. Si la vacunación le supone un problema a alguien, por supuesto que puede debatirse y pedirse más información. Lo que no entiendo es que alguien con dudas sobre la vacunación haga frente común con elementos de derechas especialmente agresivos, con nazis. Podrían distanciarse.

¿Eso le ha sorprendido?

Mucho. Debo reconocerlo. Soy un viejo de izquierdas, mis textos atacan el fascismo, el racismo. Siempre he intentado explicar el origen de esas situaciones. Y de pronto este imaginario nacional y racista recupera la actualidad hasta tal punto que lo vemos en las calles. No me lo esperaba. Sin duda esas ideas siempre han estado latentes, pero es asombroso que se articulen de forma tan descarada.

Hace poco, con su novela Icaria, volvió a adentrarse en la Alemania de 1945. Tras la sombra de mi hermano trata el nacionalsocialismo de forma muy personal, y Morenga, los crímenes aún vigentes del colonialismo alemán en África. A pesar de haber escrito muchos otros libros sobre muchos otros temas, ¿diría en retrospectiva que la culpa histórica es el tema al que ha dedicado su vida?

No le falta razón. Es un tema al que daba y doy muchas vueltas. De mis libros, sin duda La invención de la salchicha al curry sigue siendo el que más se lee, pero incluso ahí son decisivos el fin de la guerra, la ocupación inglesa de Hamburgo y el momento de la liberación. Yo lo atribuyo a mi primer recuerdo infantil de verme arrastrado por una Osterstraße en llamas cuando tenía tres años.

Era usted muy pequeño, ¿qué recuerda?

Son las primeras imágenes que recuerdo. Eran imágenes espectaculares, aquellos árboles, que tan bien conocía, en llamas. Como antorchas. Después nos fuimos a Coburg, una pequeña ciudad intacta, y al volver a Hamburgo, lo que encontramos fueron ruinas. Mi infancia transcurrió entre ruinas y estuvo marcada por el frío y el hambre. Veíamos muertos. Crecí en un hogar relativamente autoritario, y esas discusiones constantes también me dejaron huella. Mi padre no era nazi como tal, pero sí nacionalista alemán. La mayoría de los temas que nos acompañan tienen su raíz en la infancia.

En una ocasión dijo que no podía dejar descansar a los muertos porque no quería que regresaran convertidos en fantasmas. ¿Quiere eso decir que también escribe para enfrentarse a sus propios demonios?

Podría decirse que sí. Se trata de lidiar con aquellos elementos perturbadores e inquietantes que llevamos dentro. A no ser que nos construyamos una coraza mental, muchos lo hacen.

Nació usted en Hamburgo, ha vivido en París e Italia, ha escrito sobre África, y ahora vive en Múnich. Ha explicado una y otra vez que su patria es el idioma. En los últimos años, la lengua y lo que la rodea se han convertido en un tema controvertido, en un debate con alta carga emocional. ¿Cómo lo ve usted?

Creo que el debate se está desviando desde el problema principal a un ámbito en el que nos sentimos más seguros. Ciertas formas de expresión nos permiten posicionarnos rápidamente, o distanciarnos. Pero creo que es un escenario secundario. Por supuesto que hay que tratar a la gente con respeto; eso que a veces se tacha de woke (o «progre») también se refleja en la lengua. Lo que ya no entiendo es que se ejerza una censura estética retocando un poema en el que se elogia la belleza de una mujer.

¿No ha sido usted nunca Stadtschreiber («escribano de la ciudad», premio literario otorgado por algunos ayuntamientos alemanes)?

Sí, pero solo en Bergen-Enkheim, donde no implica absolutamente ninguna obligación. (Ríe) Solo hay que pronunciar un discurso de agradecimiento. ¡Ni siquiera tenía por qué vivir allí! Pero por supuesto que fui, aunque no por mucho tiempo, y fue una gran experiencia conocer a los habitantes de Bergen-Enkheim, tienen un gran interés por la literatura. Sin embargo, fue más un premio que un encargo de escritura. No podría hacer algo así, me sentaría y me retorcería las manos, tal como hago ahora ante el discurso para el Premio Lessing mientras leo tochos de mil páginas del autor. Este tipo de encargos me llevan mucho tiempo, no me resulta fácil. ¡Pregúntele si no a mi esposa!

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