Una conversación con Santiago Álvarez

El autor nos revela los secretos de Muerdealmas

Muerdealmas es un título contundente, con ecos sugerentes y cuya portada refuerza un ambiente ominoso. ¿De qué se trata?

El título salió como brotan las cosas valiosas cuando estás inmerso en un trabajo: aparecen como algo evidente porque el material con el que estás trabajando te dirige a ello. Cuando Muerdealmas apareció supe que era mi título, sin otras posibilidades y, lo más importante, reforzó el tono y la dirección en la que quería trabajar.

Pero ¿qué es Muerdealmas?

Muerdealmas es una aldea inventada que alojo en la parte más profunda de un territorio ya de por sí remoto llamado la Tinença de Benifassà, en el maestrazgo castellonense que linda con la provincia de Tarragona. La Tinença de Benifassà consta de siete pueblos unidos por carreteras quebradizas y que en temporada baja suman un total de 200 habitantes. Se trata de una zona donde el tiempo parece haberse detenido y que me recuerda aquellas excursiones que hacíamos en el asiento trasero de los viejos Renault de nuestros padres hace 40 años. Posee una belleza salvaje y serena, muy apartada de otros lugares de recreo que hemos amaestrado en nombre del turismo y del progreso. Me pareció un lugar lo suficientemente apartado para poseer sus propias reglas y propiciar un encuentro entre la locura de nuestras ciudades y la tensa espera que hay en ciertas poblaciones del interior, dominadas por la supervivencia en una España que les ha dado la espalda o, peor, que solo se acuerda de ella en vacaciones.

¿Es esa la dirección en la que querías trabajar?

Sin duda es una de las cosas que quería poner de relieve. Cuando volví a escribir, tras dos novelas en una València que me había descubierto todos sus secretos en el viaje, necesitaba un cambio. Creo necesario buscar nuevas direcciones en la narrativa. En aquel momento estaba saturado con argumentos arraigados en el entorno urbano, la delincuencia de los barrios humildes, la corrupción, la vida de policías llenos de problemas, los asesinos en serie… Por el contrario, había disfrutado mucho cierta literatura que excava los bajos deseos y nuestra idea de la maldad como herramienta de supervivencia en entornos rurales. Esto ya lo usó con maestría Jim Thompson, pero fue popularizado por Daniel Woodrell (autor de Los huesos del invierno) al nombrarlo como subgénero: country noir.

¿Entonces se trata de llevar la novela negra a una zona rural poco poblada?

Es una forma de decirlo, aunque hay bajo la superficie mucho más. Las reglas por los que nos regimos han estado sobrerreguladas por nuestra convivencia en las ciudades, que en los últimos siglos han crecido de manera desproporcionada y completamente artificial. Todo empezó hace 10.000 años, cuando la revolución agrícola nos hizo pasar de ser nómadas a asentarnos en un territorio que tratamos de amaestrar. Un territorio que debemos preservar, no solo con murallas y defensas, sino sobre todo con normas de comportamiento ordenadas. Es algo que solemos olvidar, porque damos por supuesto todas nuestras convenciones sociales como algo inherente a nosotros, pero no es así. Por lo tanto, contar una historia en un territorio menos poblado no es solo un cambio estético, es un cambio en la esencia de nuestras relaciones entre humanos y entre nosotros y nuestro entorno.

Muerdealmas tiene varios personajes interesantes. El protagonista es Abel, un tipo que acaba de salir del psiquiátrico tras más de dos años. Cuéntanos sobre él.

Abel sale de una reclusión difícil y se encuentra un mundo cambiado, donde le cuesta encajar. Su único apoyo es su mujer Merche y su hijo Jorge. Abel solo pretende recuperar la paz, se encuentra desorientado, la medicación que toma parece afectarle y encima tiene ciertas lagunas en su cabeza. Recibe una herencia tras el suicidio de su tío favorito, una casa en Muerdealmas, un lugar que visitó de niño en vacaciones. Tras instalarse con su familia, Abel verá como afloran ciertos recuerdos de aquel lejano verano, junto con una amenaza que ese lugar va insinuando. Investigará el suicidio de su tío, que no le parece tal y se irá sumergiendo en una atmósfera opresiva que pone en riesgo su equilibrio hasta que… Bueno, habrá que leerlo, ¿no?

Hay otros personajes relevantes, como son los Osset, una familia tenebrosa que habita ese lugar agreste.

Sí, los Osset son un verdadero clan atávico, con sus propios códigos al margen de la ley, que gobierna su territorio con un poder similar al de chamanes de la naturaleza. Ibón es su líder, un tío con una fortaleza descomunal; los cachorros son sus sobrinos, que se postulan para disputarse el liderazgo de la familia; hay más, pero sobre todos destaca Ventisca Osset.

¿Y quién es Ventisca?

Ventisca Osset es hermana de Ibón, el líder de la aldea. Es una mujer muy dura, que ha sabido mantener un estatus importante en una familia eminentemente masculina. Es inteligente, apasionada y muy consciente de que su apellido la condena a unas normas dictadas por la supervivencia de la familia. Frente a la brutalidad inconsciente de sus hermanos y parientes, ella sabe lo difícil que es ser una Osset.

Hay una apuesta estilística que combina cierto vuelo lírico con una prosa que parece cortada a machete, junto con un uso atrevido de los narradores.

Tras decidir qué historia quiere uno abordar y qué personajes la echan a rodar, lo más importante es decidir cómo va a contarse. Cada historia debe ser única, y para ello hay que contarla de forma escogida. En Muerdealmas aparece un narrador en segunda que introduce al lector en la odisea que le espera a Abel, que al mismo tiempo nos distancia y nos acerca a la tormenta en su mente. Para los Osset uso un narrador cámara que no juzga y que nos los muestra como son. Yo concibo la literatura como una apuesta, y por tanto puede estar errada, pero he dado lo mejor de mí para que funcione.

La estructura llama la atención: tres actos con un total de más de ochenta capítulos cortos. Al final de cada uno hay un motivo para seguir leyendo.

La idea es dotar de ritmo a una historia que, tras la violenta escena inicial, empieza tranquila y va creciendo en intensidad y dramatismo. Es una novela que empieza caminando, que luego coge un trote creciente hasta desembocar en un galope desenfrenado hasta el final. La idea es que el lector acabe exhausto. He trabajado mucho la estructura de la novela, he añadido partes que antes no estaban, he podado otras. Me parece que es mi responsabilidad proporcionar al lector una estructura satisfactoria que lo lleve de la mano. Ya hay espacio suficiente en los temas tratados y en los personajes para explorar lo que me interesa contar.

Se supone que todos tenemos muchos problemas y que las novelas deben ser un descanso de ellos, o al menos una vía de escape. ¿Es arriesgado apelar a la atención de los lectores, complicarles la vida?

Ojalá mi novela se considere un planteamiento arriesgado. La literatura está obligada a apartarse de lo autocomplaciente, pero también del panfleto. Las novelas deberían ser como un espejo, debería obligarnos a mirar dentro de nosotros aquellos espacios que nos incomodan e impelernos a responder preguntas que nadie más va a hacernos. Eso es lo que pretendo cuando escribo mis historias.

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