Una conversación con Richard Powers
Richard Powers sobre su último libro, Desconcierto, y por qué los niños son quienes desafían nuestra evasión ante el cambio climático.
Desconcierto tiene mucho que decir sobre diferentes acontecimientos actuales vigentes. ¿Era tu intención que los lectores no solo se vieran arrastrados por la narración sino también forzados a considerar el momento presente en el mundo real?
En lo que pensé fue en algo parecido a lo que los escritores de ciencia ficción denominan «futuro a corto plazo», donde la narración describe un mundo que se parece mucho al nuestro pero que se desarrolla en una época indeterminada del futuro, de manera que el escritor puede especular sobre el desarrollo potencial del presente en diferentes sentidos. Supongo que es lo que Brecht denomina «efecto de distanciamiento», donde lo realista se torna extraño solo con cambiar la perspectiva desde la que se mira. Y al poner a la Tierra en una trayectoria ligeramente diferente, esperaba intensificar y volver a hacer reales muchas cosas que han dejado de ser importantes para los lectores porque se han vuelto demasiado familiares.
A lo largo del libro, Theo, un astrobiólogo cuyo trabajo consiste básicamente en formular hipótesis sobre la vida en otros planetas, habla largo y tendido de esos mundos potenciales con Robin, su hijo. De los muchos planetas con vida que has creado mediante este recurso narrativo, el que más me llamó la atención fue uno en el que hay vida inteligente, pero se mueve a una velocidad tan diferente a la nuestra que no podemos entenderla. A mí eso me resultó muy trascendente respecto a nuestra relación con el cambio climático.
Solo podemos asimilar cosas que se desarrollan más o menos en nuestra escala física y en la escala de tiempo psíquica para la que hemos evolucionado. Algo que se desarrolla de forma más gradual en el contexto de una escala mucho mayor puede penetrar en nuestro intelecto, pero no en nuestro entendimiento emocional profundo. Es decir, las primeras advertencias sobre el cambio climático son de hace más de medio siglo. Por entonces, hablábamos del mundo de nuestros hijos y eso resultaba muy abstracto.
Sin embargo, a medida que las consecuencias del cambio planetario catastrófico se han vuelto más reales, más presentes y más inmediatas, hemos caído en la otra trampa que has mencionado: ya hemos oído esa historia antes y estamos acostumbrados a ella, nos hemos habituado a lo real. Ya no sabemos qué hacer con eso.
Ahí es donde puede entrar la ficción. La ficción es capaz de alterar el terreno de lo familiar y crear ese misterio y esa inestabilidad que le hace al lector decir: «Espera, espera, ¿qué? ¿Qué está pasando? ¿Qué va a pasar después? ¿Cómo van a gestionar esto?». Y, mediante esa refracción, todas las cosas relacionadas con las noticias que se fosilizaron en el entendimiento pueden adquirir una nueva frescura.
Creo que eso es lo que hace tan conmovedor el carácter de Robin: él no está acostumbrado a nada. Parece capaz de tomarse sus experiencias tal y como son, mediante una especie de reacción directa con la realidad donde no participa el atontamiento social. Y eso es como el santo grial, ¿no?
Exacto. Ya has visto que es un niño intenso y poco común, alguien que denominaríamos neurodivergente, pero su habilidad para enfrentarse directamente a la evasión adulta que ve en el mundo y ponerla en evidencia —del mismo modo que lo hace el niño en El traje nuevo del emperador— creo que es el secreto de la historia.
Pero no hace falta ser un niño neurodivergente para que el mundo adulto te frustre. Creo que hay una plaga creciente entre los niños; han nacido en este mundo, en la infancia sentimos la magia del mundo vivo, somos panteístas, conectamos con lo no humano, nos lo tomamos en serio. Creo que cualquier adulto con un niño activo, comprometido, intenso e inteligente va a pasarlo mal a la hora de contestar sus preguntas sobre lo que sucede hoy en día. El niño tiene la capacidad de decir: «¿En serio? ¿Está pasando esto y tú lo permites?». Esa es la crisis de la infancia ahora y la crisis de ser padre ahora es que no existe ninguna respuesta buena.
Es fácil ver esta condición ubicua de desorientación y miedo en la gente joven. Posiblemente te hayas percatado de una palabra que se ha colado en nuestro vocabulario: solastalgia. Es la sensación de añoranza por un lugar en el que nunca has estado o que nunca has tenido la oportunidad de disfrutar. No hace falta ser muy perspicaz para ver su influencia en la gente joven.
Está claro que Robin es el personaje que mejor plasma esto en la historia, pero esa solastalgia es casi abrumadora, ¿no? Me pregunto si la consideras igual de abrumadora en una variedad más amplia de chavales de todo el mundo. ¿Y hay algún modo productivo o saludable de enfrentarse a esta «plaga»?
Lo que percibo en los niños es mucha rabia y mucha frustración. Pero también veo un aumento considerable de activismo y compromiso. Veo indicios de una generación que afirma que tenemos que buscar significado fuera de nosotros mismos. En este sentido, Greta Thunberg es el claro ejemplo de un perfil muy destacado, pero hay movimientos de masas e historias estimulantes sobre adolescentes que llevan a cabo un trabajo extraordinario impulsados por esta idea de que la destrucción de este mundo —privado, personal e individual que se mide solo mediante la acumulación— es el principio de un nuevo mundo donde podemos empezar a involucrarnos, a rehabilitar y a encontrar un propósito más allá de nosotros.
Robin, a lo largo de su relación con el neurofeedback decodificado, despliega y sobrepasa su furia y su frustración y encuentra una manera de ser, casi transcendente desde un punto de vista religioso, que resulta una gran fuente de inspiración para los adultos que lo ven desarrollar esas capacidades. Incluso cuando le cortan el grifo al proyecto y Robin comienza a recuperar el estado que tenía al principio de la historia, aún conserva algo de todo aquello.
La mayoría de la gente quiere mantener la esperanza de que, de algún modo, podremos vivir como hasta ahora. Yo no tengo esperanza en eso. Tampoco creo que sea acertado tener esa esperanza. Lo que creo es que, si aprendemos a perder esa esperanza, podemos dirigirla hacia algo mucho más perdurable. Ese es, en realidad, el discurso de esta historia.
En un momento dado, creo que hacia la mitad de la novela, que para mí es casi la tesis del libro, Theo dice que tenemos que hacer algo que nos enseñe qué se siente al no ser nosotros. ¿Con qué, con quién o con qué época quieres que los lectores se sientan identificados?
Creo que el libro mantiene abierta la posibilidad de que estemos en el mundo de un modo más feliz y más gratificante. Es algo por lo que siempre han abogado las grandes religiones del mundo. Antes has mencionado la palabra «empatizar» y, en el libro, describo este proceso de neurofeedback decodificado al que se somete Robin como una especie de máquina de la empatía. Contemplar a ese niño que se convierte en una persona feliz al descubrirse más allá de sí mismo, al descubrir las interconexiones recíprocas entre él y otros seres vivos y otros humanos, evoca en el lector la posibilidad de una vida más plena y satisfactoria que la vida de acumulación de siempre.
¿Crees que necesitamos estar mejor conectados entre nosotros para conectarnos mejor con todo lo demás?
Bueno, creo que la ansiedad de Robin proviene de la pérdida y el miedo. Él es sumamente consciente de que es alguien extraño e incapaz de encajar con sus semejantes en el colegio. Recibe crueldad y malos tratos por parte de sus compañeros y la ansiedad que siente es la ansiedad de quien no tiene hogar, de quien no tiene conexión.
Al principio de la historia, lo único que Robin quiere es que su padre le cuente una y otra vez cómo era su madre; quiere oír esas viejas historias porque está desesperado por sentirse conectado a esa mujer que ahora es solo un fantasma. No siente conexión con sus compañeros de clase.
Mientras, responde con una especie de pánico visceral al descubrimiento de la extinción masiva. Todo le provoca el terror del aislamiento y solo esta máquina de la empatía, este aprendizaje que lo vincula con el estado mental de otras personas —al principio gente desconocida y luego su madre— le transmite la idea de que no hay nada que temer, de que la vida está en todas partes y es un experimento que te incluye a ti. De ser alguien que está fuera, pasa a estar dentro, ya que de pronto se conecta con todos los seres vivos mediante esa afinidad. De un modo extraño, lo que le sucede a Robin no es más que el descubrimiento de que su destino forma parte de algo mucho más grande. Y eso reduce mucho la ansiedad por la pérdida, la desconexión y la mortalidad que lo habían guiado hasta este punto de la historia.
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