¿Quién es Paula Farias?
Paula Farias es, por vocación, médico, trabajadora humanitaria y contadora de historias.
Tras pasar unos años navegando en los barcos de Greenpeace, Paula Farias comenzó a trabajar para Médicos Sin Fronteras en la guerra de los Balcanes, lo que la ha llevado a coordinar emergencias en catástrofes naturales, epidemias y conflictos armados, incluyendo la guerra de Afganistán, que subyace en las páginas de Fantasmas azules. Ha sido presidenta de Médicos Sin Fronteras y puso en marcha y coordinó las operaciones de rescate de Médicos Sin Fronteras en el Mediterráneo. Cuando estalló la pandemia Covid-19, coordinó el operativo de emergencia que la organización desplegó en Madrid.
En 2004 publicó su libro Déjate contar un cuento, fruto de sus experiencias como colaboradora humanitaria, y en 2005 la novela Dejarse llover, que más tarde el director Fernando León de Aranoa adaptaría al cine con el título A perfect day y que, tras estrenarse en 2015, merecería el Premio Goya al Mejor Guion Adaptado.
Ahora publica Fantasmas azules, una novela hilada con miradas y silencios ambientada en Afganistán, y nos contesta algunas preguntas:
La novela está ambientada en Afganistán y nos habla de la invisibilidad de las mujeres. ¿Dónde encontramos el germen de esta novela?
Durante la guerra, pasé un tiempo trabajando en Afganistán y más de una vez me tocó ponerme un burka y desaparecer. Experimentar esa invisibilidad era algo inquietante, pero también interesante. Dejaba espacio para muchas reflexiones.
Los 'fantasmas azules' son una metáfora de la invisibilidad, de cómo necesitamos la mirada de otros para construirnos, de cómo somos o dejamos de ser en función de quien nos mire.
En Afganistán la línea entre la metáfora y la realidad a veces se estrechaba. Todas esas mujeres que no están porque nadie las mira. Pero esos mismos fantasmas también los podemos encontrar aquí, a nuestro alrededor. Igual no tan azules, pero igual de invisibles. Igual de necesitados de la mirada ajena.
La periodista que protagoniza tu novela nos muestra su mirada a las mujeres afganas. Pero también hay una mirada al papel de la mujer en contextos humanitarios. ¿Cómo ha sido tu experiencia?
No creo que tenga que ver con los contextos humanitarios, específicamente. Evidentemente, una mujer en Afganistán está fuera de las miradas. Yo misma en Afganistán a veces no sentía que me ignoraban, sino que directamente no me veían, que no estaba, que era invisible. Y luego venía la paradoja: Si eres invisible no te puedes enfadar porque no te hagan caso, porque sencillamente no estás. Y así pasas a moverte en otro plano que, por un tiempo limitado, también puede resultar muy interesante, o al menos a mí me lo pareció, pues te abre puertas a un mundo al que no todos tienen acceso.
A través de varios de los personajes subyace una interesante reflexión sobre el género.
Más que sobre género, yo creo que la reflexión es sobre cómo la imagen externa nos determina. De cómo es la mirada de otro lo que nos concede el espacio para ser o no ser.
La novela habla de atavismos y de cómo se generan espacios de libertad donde cada cual simplemente es, mas allá de lo que le concedan esas miradas. Esto ocurre gracias a que se generan espacios nuevos libres de claves milenarias que marcan el cómo comportarse, como hace por ejemplo Míster Marta, uno de los personajes.
Paula, en Fantasmas azules viajamos de Madrid a Afganistán, en busca de alguien que escapa. Vuelves al “terreno”, como en tu anterior novela, Dejarse llover, en una zona de conflictos. Dinos qué significa esa palabra “el terreno” para los trabajadores humanitarios.
Es un lugar donde tus claves de occidental no valen, donde hay que ser flexible y aprender rápido los códigos nuevos si no quieres ver como la realidad te pasa por encima. Un lugar donde convives constantemente con la sensación de vulnerabilidad.
Además es ese lugar donde los que nos dedicamos a la acción humanitaria nos sentimos más vivos. Más cargados de sentido.
¿Cuánto de autobiográfico tiene lo que uno escribe?
Todo lo que uno escribe le viene de algún sitio. Es el poso de algo. El ruido ordenado. Siempre hay detonantes, quizá no historias completas pero sí detonantes que tiene que ver con la historia de cada quién. Y luego desde ahí ya dejas correr a los personajes, dejas que les sucedan cosas, a veces incluso cosas con las que no estás del todo de acuerdo. Ahí toca tener generosidad de madre y dejarlos volar.
En la novela se mezclan imágenes tremendamente oníricas y sutiles con otras donde la crudeza sacude. Una combinación que resulta inquietante aunque muy eficaz. ¿Se trata de un ejercicio literario buscado?
Es que así es la vida. Una mezcla desordenada. Los contrastes son los que resaltan la belleza. La ternura, la delicadeza, lo son más cuando tu rudeza te impide conectarte con ellas, como de hecho le ocurre a Mahmud, uno de los protagonistas, que vive confundido en sus afectos.
En los contextos difíciles, donde la muerte y la furia están más presentes que en este mundo nuestro tan de algodones, esos contrasten quedan mucho más patentes. No es un ejercicio literario, es solo saber mirar y saber cambiar el ángulo desde donde se mira.
Tu escritura vuelve a producir textos breves pero sumamente evocadores. Los capítulos parecen pequeños relatos con mucho lirismo. ¿Tienes algún referente literario que te haya marcado más el estilo, o te sale naturalmente?
Me gustan la escritura parca, la gente que escribe con la palabra justa. Las cosas dichas con poco. Las palabras como puñaladas. El verbo seco.
Y sí, claro que hay escritores a los que leo con placer y supongo que eso siempre influye, pero esa forma de escribir que mencionas, como cápsulas que son historias en sí mismas, me viene un poco de mi forma de estar en el mundo. Ando con la cabeza siempre en el modo narración, convirtiendo las cosas que me rodean en historias. Veo algo que me parece un final perfecto y mentalmente escribo la historia que lo precede. Supongo que de ahí me viene ese estilo en el que cada pieza resulta un relato en sí mismo.
Tu padre, Juan Farias, fue un reconocido escritor de cuentos. ¿Qué aprendiste de él y en qué te influye todavía?
Mi padre me enseñó a buscar la poesía en lo menudo. Y lo importante que es saber podar, aunque cueste. La economía de recursos. A decir lo justo tratando de que nada sobre, que no haya nada que rompa el ritmo. Escribo con un metrónomo en la cabeza, marcando el compás.
Con Fernando León adaptasteis al cine tu anterior novela, Dejarse llover. ¿Crees que haber participado en la elaboración de guiones te ha influenciado en tu estilo de escritura?
Mi forma de escribir es muy visual. Escribo pensando en imágenes, y incluso el ritmo, la superposición de las escenas, tienen una estructura muy cinematográfica. Siempre he escrito así, pero es cierto que después de escribir guión, hay elementos y claves que incorporas a tu forma de narrar. Luego evidentemente los guiones, el cine, necesitan otro lenguaje, otra forma de contar, pero la novela, con esa influencia cinematográfica, deja el camino ya en parte trazado.
Fantasmas Azules podría ser una película de texturas, polvo, luces tenues y silencios, contrastando con la furia y la pólvora. Donde lo que importa no es lo evidente sino lo que se intuye. Una película de contrastes: la dureza de las formas contrastando con la delicadeza que hay debajo.
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