Milkman: el peligro de rumores y habladurías en la Irlanda más convulsa

Anna Burns habla sobre cómo fue crecer durante el conflicto norirlandés y de cómo ganar el Man Booker le ha cambiado la vida

Entrevista publicada originalmente en The Guardian

Es evidente que ganar el Man Booker te cambia la vida, pero nunca tanto como en el caso de Anna Burns, que dio la sorpresa el martes pasado al convertirse en la primera escritora norirlandesa en ganar el premio de 50.000 libras esterlinas con su tercera novela, titulada Milkman. Hace cuatro años, Burns no podía escribir por culpa de un dolor insoportable, vivía de manera ambulante por toda Inglaterra cuidando casas ajenas siempre que podía y, como no conseguía llegar a fin de mes, recurría a los bancos de alimentos (a los que menciona en los agradecimientos de la novela). Cuando por fin pudo enviarle el manuscrito a su agente, varias editoriales lo rechazaron. Menudo final para esa historia.

«Anoche lo pensaba al regresar al hotel», dice la autora de cincuenta y seis años cuando nos conocemos. Tal como manda la tradición del Booker, solo ha dormido un par de horas. «Pienso en 2014, cuando sufría un dolor atroz y me planteaba si algún día acabaría de escribir Milkman. Y ¿ahora he ganado el Booker? Vaya dos extremos… Es maravilloso, es como un sueño. ¿Ha ocurrido de verdad?»

Sigue con muchos dolores (a resultas de una lesión producida durante una operación) y la entrevista transcurre con ella apoyada en una mesa baja o de pie. «Todavía no soy capaz de escribir —dice—, pero no hablemos de eso ahora. Me gusta sentirme solvente. Es un grandísimo regalo.»

Milkman, una novela que, a primera vista, trata sobre el trauma de crecer en los años setenta en Belfast durante el conflicto norirlandés, ganó de manera imprevista a El clamor de los bosques, la épica ecologista del peso pesado estadounidense Richard Powers y a Washington Black, una exuberante historia de supervivencia y esclavitud, escrita por Esi Edugyan. Está ambientada en una ciudad sin nombre, en una época desconocida (aunque las referencias a Kate Bush, Sigourney Weaver y Freddie Mercury sirven como pistas) y se refiere a los personajes por su relación respecto a otros personajes.

«Aunque el paisaje se puede reconocer como una Belfast distorsionada, en realidad no se trata de Belfast en los setenta. Quiero pensar que podríamos identificarlo con cualquier sociedad cerrada y totalitaria que haya existido en condiciones de opresión similares —explica Burns—. Yo lo veo como una obra de ficción sobre una sociedad que vive bajo una presión extrema y donde la violencia a largo plazo es la norma.»

En muchos sentidos, su novela es un intento de mostrar lo anormal que era esa normalidad, y la ausencia de nombres aporta una cualidad casi distópica y futurista. Muchos lectores, sobre todo los más jóvenes que no conocen bien la historia reciente de Irlanda, ven similitudes con El cuento de la criada, de Margaret Atwood.

Sus tres novelas —Milkman, Little Constructions (2007) y No Bones, que fue seleccionada para el Orange prize en 2002— se nutren de su experiencia en una Belfast sumida en el conflicto y exploran los efectos psicológicos de vivir en una sociedad «de gatillo muy fácil». Sin embargo, ella opina que Milkman, es su obra más política, la que trata de manera más explícita sobre el conflicto armado. Dice que la gente le pregunta: «¿Todavía escribes sobre Irlanda? Tienes que dejar eso atrás, tienes que avanzar».

«Pero yo me pregunto: ¿Cómo se avanza? El conflicto es algo inmenso que ha ocurrido durante mi vida y la de otras personas, un hecho tremendo. Es necesario escribir sobre ello. ¿Por qué debería disculparme por hacerlo? Es una sociedad muy rica y compleja para actuar como telón de fondo de una obra de ficción.»

Burns pertenece a la escuela de novelistas a los que sus personajes «vienen y me cuentan su historia en su propia voz». Hablar sobre lo que escribe y cómo lo hace la incomoda. Ahora que la novela está terminada y los personajes se han ido, dice: «Me tienes a mí. Seguro que ellos harían una entrevista estupenda, pero la que está aquí soy yo».

La novela empieza con su narradora adolescente, la «hermana mediana», una joven de dieciocho años, que tiene la costumbre de leer andando, algo que algunos personajes consideran «una desviación» y que comparte con la autora. «Entraba en una tienda o en una cafetería o un pub y alguien me decía: “Anda, tú eres esa chica que lee mientras camina”. Y yo pensaba: “¿Y esto es digno de mención?”. Quería escribir sobre los motivos que hacen que la gente quiera comentar cosas así.» En la novela, la hermana mediana le pregunta a su amiga de toda la vida: «¿Qué me dices? ¿Que él puede ir con Semtex por ahí, pero yo no puedo leer Jayne Eyre en público?». «El Semtex no es inusual. No es que sea inesperado», responde la amiga de siempre.

Ha dicho que el tema es «absoluta y esencialmente cómo se utiliza el poder, tanto a nivel personal como a nivel de la sociedad». Teniendo en cuenta que trata de opresión, brutalidad, identidad, vigilancia y resistencia, puede que Milkman esté ambientada hace cuarenta años, pero en muchos sentidos podría ser un texto mucho más actual, detalle que seguramente los jueces de Booker no han pasado por alto. A pesar de que escribió el libro hace cuatro años, se adelanta de manera sorprendente al movimiento #MeToo con la figura depredadora del lechero, un posible terrorista republicano de cuarenta y un años de edad que va por ahí con una furgoneta blanca y cuyo acoso a la hermana mediana es una metáfora de la vida bajo un escrutinio constante. «Yo no sabía de quién era lechero —nos cuenta nuestra narradora—. Nuestro no. No creo que fuese el lechero de nadie. No cogía pedidos. Nunca cargaba con leche, ni siquiera hacía el reparto» Burns retrata de manera particularmente brillante el carácter escurridizo y vergonzante de la intimidación sexual: «No parecía grosero […] así que yo no podía serlo».

Como el resto de los personajes, el lechero «le vino», según cuenta. «Se acercó en su coche.» Ella no escribe para demostrar nada ni para explorar un tema. «Yo escribo y después me doy cuenta: ah, sí, esto es abuso sexual, esto es un escándalo sexual, este libro va sobre rumores y chismes, sobre el poder de los rumores, el poder de la historia y también el poder de la historia inventada, cuando los cotilleos se convierten en la historia oficial.»

Ni que decir tiene que también está el asunto del Brexit. El día del fallo del premio, las negociaciones volvieron a encallarse con la promesa de Theresa May sobre las funciones de la frontera. La cuestión de la frontera irlandesa vuelve a estar presente en todos los noticiarios. Ella votó en contra del Brexit y el resultado le partió el corazón. Pero «como escritora, creo que explorar el tema de las fronteras y las barreras y de ese “otro” al que tememos es absolutamente fascinante».

El mismo año en el que la República Irlandesa votó la reforma de la ley del aborto, en Irlanda del Norte el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo siguen siendo ilegales. ¿Hace la novela algún comentario sobre el conservadurismo inherente de su país natal? «He escrito sobre una sociedad insular, cerrada y represiva. Independientemente de que se trate de Irlanda del Norte o no, ese es el tipo de sociedad sobre la que he escrito», dice. Es un lugar donde «todos tenemos que mantener el tipo, aunque por dentro estemos hechos pedazos».

Burns creció en una familia católica de clase obrera en la que eran siete hermanos. Me cuenta que, como era habitual entre las familias numerosas que vivían en las casas pequeñas conocidas como «casas cocina», ella vivía con su tía soltera al otro lado de la calle. «Disponía del alboroto de nuestro hogar, pero después podía retirarme a la tranquilidad de la casa de mi tía. Esa mezcla me gustaba», dice. Eran una familia de lectores, pero «lo manteníamos en privado. No nos preguntábamos: “¿Qué lees?” Habría sido un insulto horrible». Los carnets de la biblioteca estaban muy solicitados y se los prestaban unos a otros para sacar más libros de la cuenta.

Igual que la hermana mediana, que se enfrasca en sus libros, Burns hacía lo posible por evitar la situación política que la rodeaba. «El pensamiento y los sentimientos no estaban conectados —explica—. Creo que era mi manera de soportarlo. Resumiendo, no quería saber nada. Y no era la única. Había mucha gente que no quería enterarse de lo que pasaba.»

No fue hasta que se marchó de allí que fue capaz de asimilar su experiencia y sintió «urgencia por saber. Tuve que irme para hacerlo. No podría haberlo hecho de haber seguido allí.» Fue a Londres a estudiar ruso, pero no acabó la carrera por motivos personales: «Cosas con las que tuve que lidiar —dice— y que se interpusieron». (Burns es extremadamente reticente a compartir su vida privada.) Entonces empezó a leer todo lo que podía sobre Irlanda del Norte y su historia.

Empezó a escribir casi de manera accidental, por lo que ella llama «el momento adecuado». Una amiga artista la llevó a Hampstead, en el norte de Londres, a comprar materiales. En la tienda, Burns descubrió un bloc de dibujo en una caja de artículos rebajados. «Pensé: Vale una libra. Me lo compro, que es bonito.» Lo dejó en la mesita de noche junto a un bolígrafo y «allí se quedó. Hasta que un día me desperté y anoté un sueño. Y después escribí algo sobre ese día». No tardó en llenar ese cuaderno y luego «compré otro y otro».

Cita el apreciado libro de Julia Cameron El camino del artista y El gozo de escribir de Natalie Goldberg y dice que su mensaje le caló: «Acude a la cita. Escribe con libertad y facilidad. No emplees demasiado la razón. Inténtalo para ver qué sale». Su destino se forjó el día que una amiga le pidió que la acompañase a un curso de escritura creativa porque le daba miedo ir sola. Y le encantó.

El estilo divagante del fluir de la conciencia de Burns convierte la lectura en una experiencia de inmersión que a veces resulta exasperante. Los críticos han agotado las referencias literarias irlandesas con sus comparaciones con autores desde Beckett a Swift, ya que la novela tiene reminiscencias del estilo enmarañado de Tristram Shandy y el humor negro de Flann O’Brien. De entre los ganadores anteriores del Booker, su favorito es Disturbios, de J. G. Farrell. La halaga que la hayan encajado en «todo eso de la tradición irlandesa», pero no le convence. Igual que el Brexit y el #MeToo, Beckett hizo aparición en su vida después de haber escrito la novela. Lo leyó un mes antes de esta entrevista: «Leí Murphy. Me pareció maravilloso y descorazonador. Al acabar de leer, me bullía la cabeza».

Una de las críticas alababa la «ligereza feroz» de su prosa, y esa descripción le gusta. Cuando insinuo que la ligereza no es algo que asociemos al conflicto norirlandés, ella me corrige. El humor puede ser «una forma de sobrevivir —dice—. Parece un cliché o un estereotipo, pero creo que es cierto».

Y ¿ahora qué? Su prioridad ahora mismo es mejorar la salud. Se muere de ganas de seguir escribiendo un libro que empezó antes de Milkman, su «verdadera tercera novela» y dice que «siente que la llama». No ha vuelto a Irlanda del Norte desde 2003, pero cree que podría regresar pronto.

«Yo no me habría imaginado que iba a escribir y, mucho menos, a ganar el Booker», dice. Si pudiera volver y hablar con esa versión adolescente de sí misma que leía andando, le gustaría advertirle que no tomase ciertos caminos, pero sobre todo querría decirle que «te va a ocurrir algo fantástico».

 

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