Enrique Llamas y el country noir
Con motivo de la participación del autor, junto con Francisco Bescós y Eugenio Fuentes, en la mesa redonda «Puerto seco: country noir» de BCNegra 2019, recordamos la primera entrevista de Enrique Llamas para AdN
Últimamente muchos autores reivindican lo rural desde la literatura. ¿Se está poniendo de moda el country noir?
Yo empecé a escribir la novela en 2013; no sé si entonces ya había voces que reivindicaban lo rural o no, aunque sí es verdad que últimamente ese entorno está más en boga. En mi caso, el proceso de creación no tiene nada que ver con que el tema se estilara más o menos, sino con que a mí me inspiraron sucesos rurales. Mi familia no proviene de grandes ciudades y una de las primeras literaturas que me estremeció fue la de Miguel Delibes. Tengo grabada a fuego la muerte de Germán, el Tiñoso, en El Camino, y de ahí mi obsesión, que aparece en la novela, por los traumatismos craneoencefálicos.
¿Hay que reivindicar desde la literatura esa vuelta a lo rural?
Creo que no hay una vuelta a lo rural: estoy convencido de que la mayor parte de la gente enloquecería en un ambiente con tanta falta de estímulos. Otra cosa es que, en contraste con las grandes ciudades, cada vez se valore más. Y, sinceramente, creo que la literatura puede cambiar realidades, pero porque lo que hace esta realmente es cambiar mentes o, como dice Antonio Lucas sobre el periodismo, remover conciencias.
La novela toma el título de la primera que publicó Ana María Matute…
Sí, y es una de las citas que encabezan el texto, junto con otra de Miguel Delibes y una de Twin Peaks…, aunque barajé citas de Martín Gaite y de Fargo. Ana María Matute era una escritora absolutamente excepcional. Los Abel no es mi obra favorita, pero, de una forma u otra, habla de verdugos y de víctimas. Yo quería hablar de la capacidad del ser humano para hacer daño a sus semejantes, a veces por el simple disfrute que puede sacar de ello. Para muchos temas hay determinadas historias de la Biblia que no pueden funcionar mejor como metáforas…, pero eso no es mérito de la religión, sino del proceso que pasa un libro a través de tantos siglos, como ocurre con las Mil y una noches. Durante la escritura, y hacia el final de ella, me impactó mucho la lectura de Al este del Edén, que es precisamente Caín y Abel, Abel y Caín, una y otra vez. En ella se cuestiona la figura de Dios, se la pone en entredicho, ¡en Estados Unidos en los años cincuenta! Eso fue algo que me encantó.
La novela está ambientada en el tardofranquismo, pero tú no nombras ni al dictador ni a su régimen. ¿Por qué?
No los nombro, al igual que tampoco nombro el curso exacto en el que está ambientada. La ambientación de la novela la consigo a través de detalles: una colonia que estuviera de moda, marcas de tabaco, modelos de coches… Podría haber sacado la muerte de Carrero Blanco, por ejemplo, pero no quise hacerlo para dejar cierta libertad al lector y que este pudiera fluctuar en el tiempo. Creo que hay resabios de nuestro pasado cercano que no estudiamos ni nos damos la vuelta a mirar, y que estos nos pueden ayudar a entendernos a nosotros mismos y al entorno que nos rodea. Por otro lado, no nombro a Franco porque ya está suficientemente presente en el ambiente opresor de cada uno de los lugares donde transcurre la acción, no solo en el pueblo. El lector es inteligente y sabe rellenar los huecos que el autor deja en blanco. En eso consiste la lectura, al menos para mí.
Es una historia muy íntima: un pueblo muy pequeño, un maestro… ¿Por qué una historia pequeña en lugar de un gran suceso?
Creo que, por lo general, las personas empatizamos mejor con una situación concreta que con un gran hecho histórico. Cualquier ficción es una simplificación de la realidad, un mapa a pequeña escala que nos permite extrapolar lo que en él ocurre para ir a intereses más globales, a situaciones parecidas pero no iguales.
Habrá quien diga que la novela puede ser catalogada como negra, sobre todo teniendo en cuenta muchos de los títulos que se publican en la colección. ¿Buscaste la fusión de géneros?
No, ni siquiera busqué que en ningún momento alguien pudiera catalogarla de negra. Si lo hacen yo estaré encantado, porque me encanta el género, aunque pocas ficciones hay que se puedan incluir en un género puro. Yo quería hablar de esos pueblos de Castilla que aún se parecen mucho a los de los años setenta y a los que nadie mira. Quería contar que en los pueblos se ríen de la gente de ciudad como también los urbanitas se ríen de los campesinos. Quería hablar del momento en el que te das cuenta de que ya eres adulto, pero que serlo no significa tener respuesta a todo. Quería hablar del niño que siempre tenemos dentro. Meter un cementerio con tumbas mal cerradas, una epidemia con los animales y un pasado del que nadie habla es el gusano en el anzuelo, la flor en la vía para conducir al lector hasta lo que yo realmente quiero contar: que el ser humano tiene una gran capacidad para la maldad.
¿Y tan negro lo ves todo como para que tu primera novela sea sobre la maldad?
Cada lector tendría que leerla hasta el final para saber si es todo tan negativo. Pero resumiendo: sí, creo que hay gente mala y que se habla poco de ello, gente que carece de sentimiento de culpa. Una vez oí por la televisión (en un reportaje sobre la crisis de la colza) que cuando el ser humano comete atrocidades, siempre está movido por uno de estos dos motivos: el amor o la codicia. Y sí, también creo que el amor puede llevar a la maldad, como ocurrió en Puerto Hurraco, lo que pasa es que hay que hurgar mucho en la historia para llegar a esa conclusión.
Es todo muy negativo…
No, porque si existe la maldad es porque existe la bondad. Y lo que es mejor: existe la ambigüedad moral. En la novela hay personajes odiosos que en ocasiones realizan acciones que los salvan, o cuyos actos, que parecen cometidos a mala gana, tienen como fin un resultado bondadoso. Nunca es tan fiero el lobo como lo pintan.
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