El animismo en Félix y la fuente invisible

Con ocasión de la llegada a librerías de esta novela de Éric-Emmanuel Schmitt, exploramos uno de sus temas centrales

El animismo (palabra que viene del latín alma) engloba varias creencias que sostienen que tanto objetos como seres naturales animados e inanimados (es decir, personas, animales y plantas, pero también montañas, ríos, mares...) están dotados de vida, alma o conciencia propias.

Muchos animistas creen, por lo tanto, que los objetos inanimados pueden estar gobernados por seres inteligentes, con voluntad. Es decir: todo está vivo, todo tiene un alma.

Existen muchas variantes del animismo por todo el mundo: esta religión está presente en Asia, Oceanía, toda América, las Islas Canarias y África. Es en África donde el animismo está más extendido y es más complejo: incluye el concepto de magara o fuerza vital universal, que conecta a todos los seres animados, y sostiene la interrelación entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Los animistas a menudo explican la enfermedad como la ausencia del alma, y, cuando alguien está enfermo, se intenta atraer el alma errante de vuelta.

Y esto es precisamente lo que sucede en ‘Félix y la fuente invisible’: el joven Félix, desesperado por la depresión que aflige a su madre y que nada parece curar, viaja con ella a su aldea natal en África en busca de su alma errante. Allí, descubrirá las fuentes invisibles del mundo, pero… ¿logrará curar a su madre?

Con esta novela, que sigue la estela de 'El señor Ibrahim y las flores del Corán', Eric-Emmanuel Schmitt explora los misterios del animismo, y el poder de las creencias y de los ritos derivados de un pensamiento espiritual profundamente poético. Y, al mismo tiempo, retrata el canto de amor de un niño a su madre.

Cuando se le pregunta sobre el animismo, Schmitt responde:

«Con este libro transmito una cosa que me preocupa: hemos perdido la conexión con la naturaleza. ¡Violentamente! Si se consumen tantos ansiolíticos y antidepresivos es sencillamente porque nos hemos desnaturalizado. Es el orgullo occidental. Descartes pronosticó: “Nos haremos amos y señores de la naturaleza” y lo hemos hecho. Ahora bien, en el animismo no hay superioridad con respecto a otros seres vivos, incluidos los vegetales. Todos remamos en la misma galera: un alma que vive en un cuerpo. Hay en ello un pensamiento ecológico, un respeto por lo vivo en todas sus formas, no hay soberbia, desmesura humana, como en Occidente. El hombre no puede ejercer el poder sobre la naturaleza, ella es más poderosa que él, él se integra en ella. Necesitaba oír eso. Y hablar de ese sentimiento de desconcierto que tenemos
en las ciudades, porque es lo que está pasando en París, donde el asfalto asfixia la tierra, donde no se ve el cielo ni las estrellas, donde los árboles están encarcelados en las aceras, podados, en posición de firmes, donde los animales se esconden, donde los perros ya no ladran. Esta hominización del mundo es perniciosa. Nos desligamos de nuestras raíces viviendo en un universo desnaturalizado».

 

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